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Las vacunas son uno de los principales logros de salud pública porque han reducido o incluso eliminado muchas enfermedades. Gracias a las vacunas, la mayoría de los padres jóvenes nunca ha visto los efectos devastadores que las enfermedades como la poliomielitis, el sarampión o la tosferina (pertussis) pueden tener en un niño, una familia o una comunidad. Es fácil pensar que estas son enfermedades del pasado, pero todavía existen. Los niños aún pueden contraer (y contraen) algunas de estas enfermedades. De hecho, cuando las tasas de vacunación son bajas en una comunidad, no es raro que se produzca un brote.


Las vacunas previenen enfermedades que antes causaban grandes epidemias, muertes y secuelas. Protegen a los niños de las siguientes enfermedades: difteria, tétanos, tos ferina, poliomielitis, meningitis por haemophilus influenzae tipo b, sarampión, rubéola, parotiditis y hepatitis b, y meningitis meningocóccica grupo C.

Actualmente, para reducir el número de inyecciones, se utilizan las vacunas combinadas; es decir, vacunas en las que en una misma inyección se juntan varias vacunas.

El número de dosis y el intervalo de tiempo entre cada una de ellas es importante de cara a lograr una buena respuesta y una mayor eficacia.


Para facilitar la correcta aplicación de las vacunas en la infancia todos los países tienen elaborados unos esquemas de vacunación: se llaman calendarios de vacunaciones infantiles. En ellos se definen las vacunas, las dosis y las edades de aplicación. 

Las vacunaciones no finalizan en la edad pediátrica. Los cambios epidemiológicos justifican, en muchos casos, continuarlas en la edad adulta para evitar la reemergencia de enfermedades que parecían ya controladas o para reforzar su potencia inmunógena. 

Aunque su hijo pueda sentir algún dolor o malestar en el lugar de la inyección, esto es leve comparado con las complicaciones graves que pueden generar las enfermedades que estas vacunas previenen. Es muy raro que se presenten efectos secundarios graves por las vacunas.

La mayoría de las reacciones que pueden producirse tras la administración de una vacuna son leves y pasajeras.
Las reacciones más frecuentes son:

  • Pérdida de apetito.
  • Enrojecimiento e hinchazón en el punto donde se inyectó.
  • Fiebre ligera.

Todas estas reacciones suelen desaparecer al cabo de dos o tres días. No obstante el consejo es que si estos síntomas perduran tras la administración de una vacuna, lo más oportuno es ponerse en contacto con su pediatra o profesional sanitario más próximo.

Fuente: Centro Nacional de Vacunación y Enfermedades Respiratorias (NCIRD)